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Ruth Bader Ginsburg o el experimento americano

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En Cuba solíamos ver estas cosas pasadas por Hollywood. Al menos en la Cuba de los ochentas todo esto olía a falsedad, acaso a propaganda. Que la chica fuera hija de emigrantes judíos, que la madre muriera cuando ella solo tenía 17 años; que siendo de clase media, de un barrio en Brooklyn pudiera ir a Cornell, Harvard, Columbia… ¿Qué sistema de becas podía ser tan generoso con una mujer en los años 50’s en los Estados Unidos? ¿No era aquella la época de la televisión, la gloria para las amas de casa pariendo niños-futuro/niños-postguerra y esperando a que el esposo llegara, abriera la puerta y dulcemente anunciara “baby, I’m home”? Hollywood.

Pero ni siquiera Hollywood puede reinventar la realidad cuando encuentra frente a sí una historia que lo supera. Y ese fue el caso de Ruth Bader Ginsgurg, la “Notoria Ruth”, la “Disidente Ruth”, la Jueza del Tribunal Supremo que fue nominada por Bill Clinton en 1993 y que consiguió su silla en la máxima rama judicial del gobierno en una votación del senado que cerró 97-3. Sirva de referencia este dato: en el 2018, Kavanaugh, último juez supremo nominado, fue admitido con una votación de 50-48. Era otro país, quién lo duda ya.

Tímida y viciosa del trabajo, la historia la había recogido mucho antes de su reciente muerte. Ginsburg fue construyéndose como hito poniendo su cuerpo menudo a experimento. Cuatro horas de sueño al día (a veces dos) consiguieron que alternara la crianza de los hijos, con un marido que enfermó y sobrevivió al cáncer muy tempranamente y con el estudio minucioso de todos y cada uno de los casos que consiguió llevar al Tribunal Supremo desde la década del setenta del siglo pasado. Casos en los que no era ella quién decidía sino quien representaba a quienes demandaban.

Gracias a esas victorias (5 de 6 ganó Ruth en el Supremo) más las que luego apoyó siendo ya parte del máximo poder judicial de la nación, fueron inscribiéndose en la Constitución algunas de las leyes más equitativas de las cuales nos beneficiamos hoy: igualdad salarial para las mujeres; beneficios de seguridad social para los hombres en el caso de que dicho hombre quede a cargo de la crianza del hijo por muerte o abandono de la madre; posibilidad de que las mujeres asistan a colegios militares históricamente atendidos por hombres; matrimonio igualitario o protecciones laborales para los sujetos transgéneros.

El poder seductor de Ginsburg frente a los jóvenes -quienes la llevan desde hace años en camisetas, colgantes, tazas de café, calcomanías para las computadoras y cuánta regalía podamos imaginar- se fundamenta en el impacto glolocal de su trabajo y también en la posibilidad que Ginsburg en sí misma ofreció como personas del futuro. Porque Ruth Bader supo envejecer sin ceder frente al conservadurismo, manteniendo intactas la fe en el progreso, en un mañana que no tendría que ser para su beneficio sino para el de quienes venimos detrás.

Su trabajo impulsando y firmando leyes es tan loable como el de sus principios disidentes del ambiente retrógrado que se va apoderando cada vez con más fuerzas de U.S.A.. Todas las veces que no estuvo de acuerdo con la votación lo dejó por escrito. Demarcándose así de episodios conservadores. Renunciando siempre a participar, incluso cuando lo hicieran sus colegas más políticamente afines.

El experimento americano, tal y como lo hemos conocido, lleno de fallas mas funcional por una buena parte de los últimos 244 años está a punto de fracasar. Y mucho de ello tiene que ver con la muerte y posible sustitución de RBG por un juez/a supremo/a que no entienda la necesidad de disentir y de avanzar agendas que por fuerza incluyan las urgencias de minorías y otros grupos desfavorecidos: la ciudadanía blanca norteamericana que vive por debajo de los niveles admitidos de pobreza sería uno.

Porque un país que genera riquezas a ratos inconmensurables; pero donde por un lado se invierten 721.5 billones anuales del tesoro nacional en abastecer y sostener las cinco ramas del Ejército y por el otro el Departamento de Educación solo recibe 64 billones, necesita disidentes en el Tribunal Supremo.

Si la administración actual consigue pasar una votación favorable en el Senado, los jueces quedarían en una representación imaginaria de 6 conservadores y 3 liberales. Válido sea aclarar que los jueces supremos están en libertad de votar más allá de su partido de filiación y que la rama judicial del gobierno tiene poderes que están completamente separados del poder ejecutivo que constituyen el Presidente, el Vicepresidente y su gabinete; así como de la rama legislativa (Congreso, Senado y Cámara de Representantes).

Sin embargo, un Senado de mayoría republicana con un sector radical conservador; un presidente que responde solo a los intereses de esos mismos conservadores y a fuerzas de facto que generan tanto capital que devienen en poder políticamente simbólico y un Tribunal Supremo desbalanceado es ya no el comienzo, sino la primera escena concluida de un filme distópico y nada hollywoodense que pasaría a pantalla como “El fin de las Instituciones o de cómo terminó el experimento americano”. Ojalá y así no sea.

Gracias Ruth, por la resistencia.


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